domingo, 20 de octubre de 2013

Baldío

Cuando pienso en mi barrio cuando era chica se me vienen a la mente muchas manzanas con terrenos baldíos. Cada manzana tenía dos o tres casas, que ni siquiera tenían delimitado su terreno con alambrados ni muros. Eran patios que llegaban a la vereda y no existían los portones. Todas las casas tenían sus cachivaches afuera y a nadie se le ocurría tocar lo ajeno. Éramos todos conocidos.

Con el tiempo los terrenos baldíos se fueron ocupando y empezaron a llegar las familias que necesitaban marcar lo que era suyo. Y después de que el barrio se quedara sin terrenos, las familias empezaron a construir para arriba. Sí hago un esfuerzo creo que desde el techo de mi casa se podían ver las vías del tren o la ruta 205. Hoy veo muchas casas de dos pisos o incluso tres (estas más nuevas se fueron sumando para la llegada de algunos nietos)

Todas las manzanas se quedaron sin terrenos baldíos, excepto una: la nuestra. Y el terreno baldío es el que está justo entre la casa de La Doble y la casa de mi vecina, la que un día llegó y separó ese trecho entre el patio de La Doble y el mío.

Antes de que llegara esta vecina, con La Doble teníamos la idea de que cada una podría crecer y juntar plata para comprar esos terrenos y ser vecinas de al lado. Nos imaginabamos dos casas conectadas con un portoncito en medio para no tener que hacer la payasada de caminar hasta la vereda y golpear las manos adelante. La idea era muy buena hasta que vino esta señora a arrebatarme el sueño con su casita en forma de cabaña. No sólo arruinó completamente el plan sino también puso un muro de metro y medio quitando la posibilidad de ir a ver desde el patio de atrás sí La Doble ya está sentada con el mate en la mesita abajo del árbol.

"No importa. Todavía queda este terreno. Me está esperando a mi" Dijo La Doble. Y así parecía. Nunca preguntamos cuánto costaba ese terreno pero tenía el eterno cartel de se vende que cada dos por tres desaparecía y volvía a aparecer, como sí un comprador se arrepintiera. El pasto crecía más de un metro hasta que el cartel desaparecía, luego lo cortaban todo y sacaban las bolsas de basura que la groncha de enfrente tiraba todas las noches. Y cuando parecía que lo iban a ocupar ¡zácate! El cartel otra vez.

Esta vez cuando desapareció el cartel no nos hicimos problema hasta que empezaron a construir de un día para el otro. Hicieron un encadenado con forma de negocio y atrás otros más. Varios. No comprendo bien sí quieren hacer casas o cuchas, porque no me explico todavía como quieren meter todo eso en un terreno tan chico.

La cuestión es que hay moraleja en todo esto: apurate y crecé, que sino después llega otra y te caga el lugar o te mete una cabaña con muro para que no le puedas tirar piedras al techo de tu amiga.

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