miércoles, 25 de abril de 2012

Engranaje.

Recuerdo haberla visto alguna vez. Ninguna persona de ningún barrio es completamente invisible, aún menos con aquella apariencia. Tal vez la vi comprando en El Ultra, escuchando la mentira de todos los días - No tengo monedas ¿te puedo dar ochenta centavos de caramelos? - o caminando por Formosa o Corrientes, o pasando por la vereda de la plaza, o sentada en el jardín, o corriendo para alcanzar el quinientos dieciocho una madrugada de invierno con los auriculares puestos.

Recuerdo una madrugada en la misma calle de siempre. No estoy segura si Pupita ya había decidido darse lugar en el mundo o si aún nadaba en mis entrañas, sé que no fue hace mucho pero no quiero ser demasiado inexacta. De todas maneras no importa demasiado. Era esa calle y esa madrugada. Eso lo tengo claro.

Salí de casa cuando todavía las luces de la calle y las casas estaban encendidas y empezaba a ser innecesario mantenerlas así. Hacía frío. Yo podía ver mi aliento en el aire, como el humo de cien chimeneas en julio. No había ningún rostro a la vista, sólo miradas dormidas. Gente que no necesita más que un lugar cómodo para descansar, sobre todo en esa hora donde nadie apaga las luces de las entradas porque las camas son como abrazos de madre, como cálidos y fuertes brazos que invitan a quedarse, y te mantienen cómodo y aislado del mundo, en un enorme sentimiento de paz.

Yo iba a una salita. Ella tal vez a trabajar, a su casa, a la escuela, a correr el quinientos dieciocho. ¿ya dije esto último? Es que todavía estoy dormida. Sepa disculpar.

Mirar el piso al caminar siempre puede ser útil. Escuchar música al caminar puede ser placentero. Hacer las dos cosas al mismo tiempo es un acto de estupidez. Yo estaba siendo estúpida y ella también. Yo siempre he tenido mucha suerte. Ella no.

Aquella mañana choqué con ella bastante fuerte porque el engranaje que llamamos destino quiso que ella hiciera el mismo recorrido en sentido contrario al mío. ¿Recuerdan que dije algo sobre su aspecto? Tenía el pelo teñido en varios colores, los cuales hacían un matiz de grises verdosos, azules petroleo y violetas rojizos. Eso es lo primero que se me viene a la mente ahora que intento componer aquella madrugada.

Tal vez si yo me hubiese parado, una hora antes de aquel momento, a ajustarme los cordones de las zapatillas, ella y yo no hubiesemos tropezado. Pero esa mañana me había atado muy bien mis zapatillas.

Ouch, disculpame.
Disculpame vos, venía pensando y no te vi.
Yo también.

Sonrisas.

No le di importancia a esto. Al menos no ese día ni el siguiente. Ella todavía no tenía demasiados inviernos que recordar donde podía verse el asiento en la niebla. No debían llegar a veinte siquiera, lo cual es muy poco para decir.

Esa madrugada se tropezó conmigo porque no la vi pasar, y me han contado que yo no había sido la única. La habían visto alguna que otra vez, en madrugadas o tardes por igual, incluso en las noches, yendo apurada con sus auriculares puestos y entonando a todo corazón los mejores temas de Los Ramones. Le gustaba muchísimo caminar por la calle escuchando música y así es como muchos la recuerdan. Paso rápido, mirada al piso, cantando, caminando, cantando, caminando.

Paso, paso, paso, paso.

A veces me pregunto qué tema habrá sido el último que escuchó, días después, cuando corrió apurada el quinientos dieciocho sin mirar hacia los costados, con sus auriculares puestos, y cuando no vió ni escuchó el tren pasar.

viernes, 6 de abril de 2012

2:31 - 6 comments

Evidentemente le pifiaste, don

Hace bastante tiempo que no puedo sentarme a escribir como realmente se me antoja. Tanto tiempo pasó desde la última vez que me senté acá, a horas similares de la madrugada, sin saber por donde empezar ni para qué lado agarrar. No es que no haya tenido nada para decir, sino más bien -y siendo completamente sincera- estaba siendo censurada. No quiero dar muchos detalles sobre eso por ciertos niveles de cagazo que me invaden. Si el cancerbero encontrase este blog lo más probable es que yo me gane un boleto de ida a la calle, simplemente porque decir las cosas libremente es un acto que va contra la moral y las costumbres familiares.

¿Y por dónde arrancar entonces? Pues por el comienzo. Y el comienzo parece ser este. Quiero volver a tener paz. Y la paz se gana señores, se gana a fuerza propia. Nadie va por la vida regalando paz, exceptuando el caso del Colo que te la regala por metro, pero ese es un curro que todavía no entendí muy bien. La paz propia es algo que está adentro de uno, cerca del corazón, los pulmones, el diafragma, la vejiga natatoria. Se planta en cualquier mes que se te cante, no importa si llueve o hay sol, si hace frío o calor, si caen soretes de punta o si está para tomarse una Bichy Ahora.

Podría decirse entonces que doy por inaugurado el nuevo centro de pacificación wirkerfrauliana. Aquí, como en la antigua casa, va a haber de todo un poco. Como siempre, bah. Las mismas historias de siempre. Las de verdad que son las de todos los días, y las que salen de acá (imaginate que hago como Gokú cuando se teletransporta, un groso Gokú, tiene la misma voz que Leoncio el de Isaura la Esclava) Historias, anécdotas y pensamientos que pueden ser lógicos o no.

Me voy, que me entra un chiflete por la ventana y es tarde.